Martín Rozengardt

¿Qué pasó por tu cabeza?

你的头发怎么回事?
Crónicas /
城市采风

Las peluquerías se multiplican de a centenas por los distritos de Shanghái. Elegantes o barriales, en ellas se moldean perfiles extranjeros y locales. Esta crónica recorre, entre espuma y fijador, los sentidos culturales de una ciudad que está siempre a la moda.

Tao Qian se mira en el espejo y apoya las manos sobre los hombros del cliente. Espera a que el adolescente termine de tomar un trago de agua con limón que le ofrecieron como bienvenida. Su pelo negro, con mechones que alternan el celeste y el rosa platinados, traducen detallismo y paciencia. Dos características que, por oficio, debe aplicar en todo momento. El paso ligero de la gran urbe se refleja por la vidriera, por esta vez, todas las neurosis quedaron afuera. El local es silencioso y el movimiento de las manos adiestradas, casi automáticas, marca el ritmo de otra temporalidad que solo se interrumpe por el sonido de un secador al fondo. 

Cortarse el pelo en Shanghái es parte de un ritual solemne: Qian ahora recorre la nuca y el cuello del chico con un masajeador de madera. Otro empleado deja un plato con uvas y un cuarto de naranja en la mesada y se va. Recién ahí las tijeras empiezan a hacer su trabajo. 

“Como el cuerpo, el cabello y la piel fueron recibidos de nuestros padres, no debemos atrevernos a hacerles ningún daño. Esa es la base de la piedad filial”, estipuló Confucio y sentó las bases de una filosofía peluquera. En China, casi desde siempre, las melenas han sido cuestión de Estado. Bajo el lema, “Mantén tu pelo y pierde tu cabeza, o mantén tu cabeza y pierde tu pelo”, a principios del siglo XVII la dinastía Qing impuso a la nacionalidad Han la frente rapada y una trenza larga como muestra de sumisión.

Siguiendo otras reglas, por ejemplo, las mujeres casadas en Fuzhou estaban obligadas a llevar la cabellera anudada con un moño, mientras las solteras debían usar una trenza. Esta obsesión por el pelo traspasó emperadores y tradiciones e, incluso, alcanzó al comunismo. Durante la Revolución Cultural la gente solo tenía permitido un número reducido de tipos de cortes y hasta hay algún gobernador que fue rapado públicamente como escarmiento por tener un peinado similar al de Mao. 

Con la reforma del Estado en 1978 y su consecuente apertura económica, las cabezas volvieron a cambiar. En sintonía con una sociedad en la que los servicios ocupaban un rol cada vez más importante, en Shanghái las peluquerías se multiplicaron. Hoy, entre las torres iluminadas del centro abundan salones sofisticados, pero en los barrios periféricos tampoco faltan opciones: todo bloque de edificios se continúa por una zona comercial donde el rubro abunda. Peluquero, estilista y coiffeur, sus negocios están siempre dispuestos al nuevo cliente y abren en horarios corridos, incluso hasta tarde en la noche.

Lo cierto es que la segunda ciudad más grande de China funciona como símbolo estético de un desarrollo hiperacelerado. A orillas del Yangtzé, más de 23 millones de personas se apropiaron, con rapidez, de una vida cosmopolita que hace tres décadas ni siquiera sospechaban. Sus ropas, prácticas y gustos son permeables a la influencia extranjera. Ya sea en las pequeñas barberías de paredes despojadas y un único espejo en el distrito Hongkou o en los locales superdecorados de la Concesión Francesa, distintos rebajados, colores y flequillos cuentan los detalles de una transformación.

“Demasiado servicio”, opina sobre las peluquerías en China el estilista Timi Saimons. Su trayectoria contiene en contrastes un largo kilometraje. Nació en Almatý, capital de Kazajistán, donde hizo un curso de peluquería a los 16 años. En Moscú, ingresó a la cadena TONY & GUY, gracias a la cual se fue a estudiar por tres meses a Inglaterra. Su rumbo cambió en Bangkok, cuando empezó a hacer cortes a pedido en las islas del Golfo de Tailandia, hasta que finalmente se mudó a Shanghái. Desde hace dos años maneja Timi Saimons Hairdressing, un salón ubicado en 1130 Kangding Road, una de las zonas más chic de la ciudad. 

Entre las paredes negras que contrastan con el mobiliario amarillo, las luces fluorescentes y los sillones de símil cuero, los shampoos y acondicionadores recuerdan que esto no es una discoteca. El estilo moderno y juvenil refleja a los clientes que llegan buscando manos extranjeras y un look trendy con el que impactar. El local de Timi aparece recomendado en las revistas de expats, pero también apela a una clientela local, interesada en las melenas del mundo.

“El volumen tiene que sentirse y también verse, por eso abundan tanto los cortes donde el pelo cae por encima de los hombros”, explica Simons. De acuerdo con su experiencia en Shanghái, el volumen siempre es más importante que la forma y la perfección, una demanda constante. De hecho, según cuenta, si algo define al estilo chino en los mundiales de peluquería es la ausencia de errores. Los manuales se siguen al pie de la letra. 

Un corte “occidental”, si es que eso existe, también es un pedido persistente. En este sentido, teñirse, sobre todo, de rubio u ondularse el pelo han servido para internacionalizar las cabezas que pasean por la elegante Huaihai Road. 

Los imaginarios entre Oriente y Occidente son tan difusos como arbitrarios, pero las influencias entre países alcanzan hasta los aspectos más capilares. En China, las primeras referencias extranjeras luego de la apertura vinieron desde Japón, Corea del Sur y Hong Kong, pero al tiempo los estilos empezaron a importarse, como en el resto del mundo, desde Europa y Estados Unidos, con Hollywood en primer plano. 

De acuerdo con la investigación del sociólogo Joe Gamble, Shanghai in transition, entre 1992 y 1994 la metrópolis inició un proceso de emergencia de nuevos ricos. Como resultado, hoy las marcas internacionales de primera línea tienen locales gigantes en cada zona distinguida de la ciudad, pero también hay casas extranjeras más accesibles que imitan la tendencia. Jóvenes vestidos con trajes a medida o zapatos de punta llenan el subte durante la hora pico con un estilo que se parece más al de un treintañero de Nueva York que a las exóticas combinaciones de sus antecesores, tipo traje y ojotas, o al de las chicas disfrazadas de anime con vinchas y extensiones.

La ciudad invita a las cabezas abiertas a experimentar. Algunos pueden pagar cerca de mil yuanes por un color que les haga olvidar sus raíces. A quienes esos precios les ponen los pelos de punta, Taobao les ofrece esmaltes, tinturas y postizos de moda por unos cuantos yuanes. 

A escala global la moda iguala las diferencias culturales, pero de todos modos Simons destaca que sus clientes acá tienen sus particularidades. En general, resultan más exigentes y desconfiados que en otros lugares de Asia. Cuenta que en Tailandia hay una predisposición a explorar e innovar, una actitud diferente ante el cambio. Por eso en sus publicaciones de WeChat incita a la valentía: “En busca de una modelo para hacer algo hermoso y de moda. No preguntes qué color, sólo confía y disfruta”. Días después muestra el resultado: en un mundo donde el color negro es la generalidad aparecen mujeres con puntas fucsias y raíces plateadas. “Se trata de entender la diferencia, para cambiar la mente”, se anima decir.

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Tao Qian tiene 24 años y es peluquera hace tres. El local donde trabaja está en Baoshan, un distrito de medias tintas a una hora del centro de Shanghái. Desde la calle principal del barrio, el ventanal del negocio muestra dos hileras de seis sillones con sus respectivos espejos. El staff, uniformado en color oscuro, hace sonar el metal de las tijeras al apoyarlas para agarrar el peine o la navaja.

Apenas entra, la clientela es guiada hacia el fondo del local. Detrás de un biombo, un sector con poca luz es la locación para el relax: ya acostado y con la cabeza humedecida, te masajean el cuero cabelludo y te enjuagan el pelo.

El negocio fue inaugurado en el 2008, un momento en el que, según el economista Arthur Kroeber, la población china estaba sobrecalificada. Tal como plantea en su libro China’s economy: what everyone needs to know, la competencia para acceder a trabajos de cuello blanco en esa época era feroz y, por el contrario, había muchas facilidades para los sectores menos calificados.

Donde trabaja Qian los cortes de pelo salen treinta yuanes (U$D 4,7), pero a la factura final hay que sumar otros servicios, como el lavado y los tratamientos faciales. Por el centro, el precio ronda los 200 yuanes, pero tanto en uno como en otro caso la demanda es tan alta que, incluso los días de semana, algunos establecimientos abren desde las ocho de la mañana hasta las diez y media de la noche.

“La importancia que le damos al pelo es una cuestión de personalidad o de momentos de la vida”, dice Lee Sun, una estudiante universitaria. “Igual, es verdad que la peluquería es un lugar para relajarse”, agrega. Teniendo en cuenta esta premisa, no es raro ver a mujeres u hombres recostados durante horas en los salones de belleza como postales típicas de la vida cotidiana en Shanghái.

Comida, té, jugos, masajes, tratamientos, personal que hace de recepcionista o de mozo, el exceso de servicio al que se refiere Simons, no es exclusivo de las zonas adineradas, sino parte de la experiencia de ir a la peluquería en China. La numerosa oferta claramente responde a la demanda de una población de cifras apabullantes, pero, como compara Sun, los establecimientos de estética aumentan en paralelo a la cantidad de restaurantes y supermercados. En una ciudad donde los ingresos aumentan cada año, las necesidades cada vez abarcan cuestiones más accesorias.

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El local de la cadena Wen Feng es uno de los siete negocios que hay en la cuadra dedicados al cabello. Sin ninguna particularidad decorativa, se destaca más bien por sus técnicas motivacionales. Todas las mañanas, un rato después de abrir las puertas, el personal se junta para bailar, cantar y hacer ejercicios, guiado por el gerente. Así, cualquier sábado a las nueve de la mañana, se pueden ver en la vereda dos filas enfrentadas de mujeres de saco y falda bordó y hombres de traje azul con insignias, repitiendo arengas o coreografías del supervisor. Para cortar el pelo se necesita la inspiración de las musas. 

“Hoy, las personas le prestan mucha más atención a su peinado que antes, pero el estilo retro sigue siendo popular. Personas como Jacky Cheung y Tony Leung siempre son foco de atención”, dice Ding, un peluquero del local con secador en mano. Nacidos en Hong Kong y paridos a imagen y semejanza de la cultura de masas, las dos figuras (uno cantante pop y otro actor de cine y televisión) son íconos en China desde la década del noventa.

Según Yan Gyun, una estudiante de arquitectura de 24 años, estas celebrities reflejan confianza y estilo, por lo que es entendible que los hombres de treinta los tomen de modelo. Ahora, en cuanto a mujeres se refiere, las gurús para ellas son las actrices Gigi Leung o Tang Wei, y la cantante Stefanie Sun. Sus perfiles coinciden con una moda global: la vuelta remasterizada de los noventa. Pelos largos, rayas al medio, “aspecto mojado”, son algunos de los looks con los que aparecen posando en los buscadores, pero también se encargan de construir y transmitir una idea de pureza y dulzura a través de gestos y posturas aniñadas. Una estética bastante distante a la “occidental”. 

Que las influencers de Yan sean chinas y no extranjeras habla de la actualidad del país. A casi 40 años de la reforma, la sociedad no solamente recibe, sino que también produce su contenido. 

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Mientras Timi Saimons sigue instando desde su cuenta de WeChat a jugar con diferentes texturas y a resaltar la propia personalidad mediante cortes “hechos con completa libertad”, Tao Qian no solo vincula su trabajo a una cuestión artística. Sus inicios fueron en Chongqing, una ciudad del interior, pero, al tener a sus padres en Shanghái, eligió vivir entre rascacielos. La diferencia entre provincias, en cuanto a opciones laborales y acceso a servicios públicos, es variopinta, así que muchos optan por empacar los ruleros, horquillas y cepillos para buscar mejores alternativas entre los brillos de la gran ciudad. 

De hecho, a fines de los ochenta, la mayoría de los peluqueros y peluqueras de Shanghái venían de un mismo lugar: Wenzhou, un pueblo del sudoeste chino. Qiu Lan, una de las tantas que migró desde ahí, cuenta que ante la falta de tierra cultivable y el aumento de la población, cortar el pelo en la ciudad era una oportunidad prometedora. Según sus estadísticas caseras, aquellos que llegaron hace 20 años hoy suelen ser, al menos, los encargados de los locales.

Las ansias de progreso no solo radican en un sentimiento de autosuperación o en un deseo de incremento económico. “Una estilista tiene que estar constantemente mejorando, de lo contrario será eliminada”, comenta Qian, ahora sentada en uno de los sillones que hacen de sala de espera. Son las nueve de la noche del sábado y un nuevo cliente acaba de cruzar la puerta. Ya atendió a doce en todo el día, pero no le queda otra y se levanta.

Hablar de 慶激 (táotài: “eliminación”) puede sonar exagerado a oídos hispanos, pero si se tiene en cuenta el rol clave de Shanghái en la transformación china, el término no resulta descabellado. Entre 1980 y 1996 las industrias estatales de la urbe decrecieron en más de un cincuenta por ciento, mientras que las cooperativas y empresas privadas o fundadas por sectores extranjeros aumentaron en más de un 45 por ciento. Desde entonces, el desempleo urbano aumentó. 

De acuerdo con el estudio de Joe Gamble, pequeños emprendimientos privados, como los salones de belleza, aparecieron de manera explosiva durante los noventa y se vincularon en especial al sector de los servicios. Trajeron grandes cambios en las ocupaciones de la gente y nuevos criterios de belleza y prestigio. Los peluqueros o empleadas de bares adquirieron cierto estatus, y con él la alta competencia dejó de ser una característica única de los empleos más calificados. 

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En Shanghái las estéticas del mundo confluyen desde antes de la última reforma. Tras las Guerras del Opio, fue uno de los lugares con mayor cantidad de concesiones extranjeras del mundo. El glamur europeo de los años veinte encontró su residencia acá, entre clubes sociales y grandes negociados, mientras que las familias chinas millonarias también codeaban su distinción en el International Recreation Club. La Shanghai Lady, imagen clásica retomada por una marca nacional de cremas, recuerda a esas mujeres asiáticas de corte a la garçon y estilo de la belle époque parisina.

El resto de la población, ubicada en el sudoeste de la ciudad, tuvo que mirar estas modas de reojo hasta 1949, cuando la revolución puso en pausa cualquier influencia foránea. Recién en 1993, durante el Congreso del Partido Comunista, se oficializó un nuevo modelo: la economía de mercado. A partir de entonces, Shanghái, como fuerza centrífuga, iluminó los perfiles, puso en primer plano la estética y convirtió sus calles en pasarelas. 

Lugar de transformaciones abruptas y cortes repentinos, donde todavía conviven de un modo vertiginoso lo local y lo universal, la ciudad sabe adaptarse mejor a este ritmo que cualquiera de sus habitantes. Las melenas podrán ser negras, rosas o amarillas, podrán usar sombreros, coronas de flores o hebillas de animales, pero ante tanto cambio lo que se mantiene es la idea de una ciudad fashion donde en cada esquina uno se pregunta “¿qué pasó por tu cabeza?”.

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